4/7/10

Tazas de colores

El aserrín se mantiene suspendido en el aire y la mañana se vuelve amarilla y lenta. De los aserraderos viene el único ruido del barrio y el olor a madera se nos apoya en los hombros. La viruta se arrastra por los pasillos angostos. Cada mujer y cada madre barren su pedacito de vereda, mientras nos ven los pasos. Las paredes, garabateadas con aerosoles casi gastados, anuncian sin censura ni autor: “Lavo autos - $17”, “No a la droga”, “Nene no quiero perderte”, “Las chicas del banquito”. De una pequeña ventana cuelga una bandera argentina, una pelota se desinfla cerca del cordón y nosotros decidimos ir al Centro para reanudar la ronda de mates que habíamos empezado en el camino.En el Centro Crecer se crece. Chicos y jóvenes del Barrio Esperanza encuentran en ese lugar un apoyo escolar, una rica comida, un puñado de amigos y vaya a saber uno cuántas cosas más. Es un espacio de contención social. Desde hace más de diez años comparten soles y lluvias, luchando para no caer del todo en el barro. Nos han invitado a compartir un día con ellos y hasta ahí hemos llegado a intercambiar palabras y pensamientos. Vienen hasta nosotros a medida que se despiertan y se despabilan con un té (apoyan sus manos en las tazas de colores buscando el calor que les quita la mañana). Se preguntan, como de manera chusma, qué hicieron la noche anterior y miran con picardía. Después se ponen tristes porque la hermana de una compañera quiso suicidarse y no pueden evitar recordar que además se cumple una semana de una muerte por dos balas injustas: la primera fue a la rodilla y la otra, la última, en todo el cuerpo, en todo el barrio. Entra Carolina, da besos de a pares y el silencio se va de un soplo.
Sergio, el “Profe” del Centro, nos propone pasar al salón para empezar la charla. Los chicos nos muestran sus escraches editoriales: los billetes de $2, con la cara fría de Bartolomé Mitre, están todos escritos, burlados: “salí de mi billete”, “mataste a mis hermanos”, “genocida”, “no te quiero”, “traidor”, “asesino del Paraguay” y otras verdades. Da risa sí, pero más bien contagia las ganas. Un afiche y un fibrón les alcanzaron para separar a la historia oficial de su visión particular y fresca de los hechos.
No hace falta ningún análisis semiótico para entender lo mal que les cae el prócer del billete a los chicos del barrio. En una hoja, junto a un póster de Sacco y Vanzetti, se lee: “Después de escuchar el programa La Tierra Detrás de mis Ojos hemos decidido acciones concretas. Por ejemplo, escribimos una carta al Intendente para que cambie el nombre de la Plaza Mitre ”. La yerba se lava durante la ronda de dulces y amargos y alguien dice que si Mitre no nos representó como pueblo no debería figurar en un billete, que al final está todo al revés.
Otra vocecita indica que la cosa está en contarle a la gente quién fue quién en nuestra historia y uno, asomado desde la puerta, relata que habló con su familia y le explicó qué tal era ese ilustre General que nunca había peleado.

De la cocina llega el grito que ya están listas las pizzetas -que ellos mismos han amasado- y el salón de tizas y mate se vuelve comedor al instante. Uno de los cocineros avisa que no podrá estar presente en el almuerzo porque debe trabajar. Geraldine no se calla ni mientras come y los demás se le ríen. En su verborragia nos dice que es la más nueva en el Centro, que hace poco tiempo que forma parte pero se piensa quedar y la van a tener que aguantar. Los otros se miran por debajo de los hilos de queso derretido y parecen decir que no les queda otra. Ahora la que se ríe es ella, mientras se sirve la última pizzeta del plato. Ya es media tarde y en un rato oscurecerá. Algunas fotos espontáneas y otras provocadas marcan el final de la jornada. La idea de hacer un juego no prospera y de a poco empiezan a abrigarse para volver a sus casas. Carolina repite sus dos besos para cada uno y se va corriendo. Juan lava las últimas tazas de colores y Sergio le comenta algo acerca de la importancia de la educación popular. Un par de fotos más. Saludos, promesas, augurios y muchas gracias. Hace frío y ya no queda nadie en el Centro Crecer del Barrio Esperanza. Se mantendrá el silencio hasta el lunes por la mañana, cuando ellos reaparezcan para continuar buscando esos por qué. Tomo el tren para volver a San Pedro y llevo una verdad más en la mochila: buscamos ser cada día más libres, inevitablemente. Esos chicos me lo han demostrado y prefiero creerles. Los mercenarios se la ven venir.