Dicen que al Chacho lo han muerto.
No dudo que así será.
Tengan cuidado magogos,
no vaya a resucitar.
No dudo que así será.
Tengan cuidado magogos,
no vaya a resucitar.
Que los ángeles no toquen hoy el arpa desafinada. Hoy no. En algún lugar hay una caja chayera para soltar coplas al aire, vienen changos del monte en horas de la siesta y un facón serpentea el aire al clavarse en los arenosos suelos de La Rioja. El grito, el lamento popular, hace una hondonada entre los cerros de una cordillera herida y cae de la cumbre una vidala triste de muerte y traición. La cabeza cortada rueda por las carpas de la compañía y el gauchaje mal comido grita “¡Viva Peñaloza!”. Las lanzas apuntan al cielo buscando a Angel Vicente, El Chacho.
“Naides es más que naides ni menos que naides”, se escucha todavía en un ejército desarmado, que no pregunta contra quién tiene que luchar. Sólo va, porque allá adelante, montado, avanza El Chacho. Pocas son las batallas que ha ganado este caudillo y muchos son los que lo siguen. Frente a Mitre, a Sarmiento, al centralismo de Buenos Aires, a los blasones de la civilización europea, se alzan las voces roncas de los ninguneados de la historia y se vuelven una sola en la boca corajuda de Peñaloza. La causa del pueblo hondo lo vio peleando hasta sus setenta años, harto de las traiciones, con las manos agrietadas de tanto puñal y las espaldas calladas de cargar derrotas y nuevos levantamientos, con besos que dejó en el camino y enemigos por matar.
Los paisanos han visto en ese hombre de vincha gaucha a un general como ellos: el que llega primero al campo de batalla y el último en retirarse si no se ahorró sangre de los compañeros de tropa. Las filas montoneras se ensanchan al paso del Chacho y al cruzar cada arroyo hay más voluntarios que se le suman, de a pie, a caballo, con una vieja tijera de esquilar que se clavará como una lanza más allá de Barranca Yaco. Del otro lado, los civilizados carniceros. Los próceres escritores que asesinaron a todos los líderes populares con un odio encarnizado a lo bajo, a los “animales bípedos de los gauchos”, a los que andaban de forajidos, fuera de la ley. El Presidente Sarmiento fue consecuente: “No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados, he aplaudido la medida precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza al inveterado picaro, las chusmas no se habrian aquietado en seis meses.
“ Que los ángeles no toquen hoy el arpa desafinada, porque hoy asesinaron al Chacho.